Mientras imparte su seminario de sabiduría el lago, yo no puedo apartar los ojos del arroyuelo que se despeña desde lo alto.
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Sabía cerrar la mano para recoger una pizca de agua y llamarlo manantial.
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La algarabía de alas que se desata nada más abrir la puerta del campanario.
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Lo que no han pensado los defensores del espíritu crítico es que sin devotos no habría nadie ahí sentado. Ni siquiera para escucharles.
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La canción del columpio cuando es el padre quien empuja.
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El parentesco entre la llama y el humo no siempre lo ha tenido en cuenta la tradición poética.
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Creo que el día de mi sepelio echaré de menos no haber podido ir a comprar el pan.
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Cualquier canción que despreciemos por su trivialidad durará más que nosotros.
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Nada de lo escrito se parece a lo pensado en el momento de escribirlo. Habrá que confiar que con la edad se vea lo que ahora no está.
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Me he sentado en un mojón del camino ante un cesto de frases para limpiarlas de hojarasca, que al levantarme ha quedado esparcida por la arena, y mi canasta vacía.