Ana Isabel Alvea Sánchez.- El resplandor que siempre supone el amanecer llega de modo inesperado y repentino, viene a decir el título Y de pronto, amanece. Apuntes para una despedida de Felix Trull. Un alba que ilumina con su luz nuestra vida, a pesar de que estemos continuamente despidiéndonos de un tiempo y de nosotros mismos: aunque crucemos la noche, frente a nosotros llegará el alba. Y esto es lo que viene a decir el hermoso poema de Hugo Múgica que inicia el texto, Resplandor.
El dibujo de la portada, un hombre solitario, con vestimentas de hoy, caminando frente a un reluciente sol, así como el dibujo que figura al comienzo del libro, semejante a un maestro zen adentrándose solo en un bosque, alude al peregrino que sigue continuamente su senda, acto que le ayuda a pensar las reflexiones que aquí se recogen: nueve jornadas con sus respectivos apuntes, pensamientos que vienen de la mano de la contemplación, en varias ocasiones. Como un eremita que escucha de lejos el bosque y lo integra en él, donde lo sagrado y lo contemplado se funden en su discurrir. Lo espiritual y el mundo de las ideas cobran peso e importancia.
A veces profundiza el autor sobre un mismo tema; otras, los aforismos saltan por ideas diversas. La jornada primera relata del camino, cómo encontrarlo o reencontrarlo, qué nos guía, cómo predomina la soledad y el corto trecho existente entre cieno y cielo. Que el trayecto sea como Esta expedición serenamente enloquecida: adentrarse; Nobilísima tarea: ansiar lo que ya tengo; ¿Aquí? ¿Ahora? En cualquier parte, eternamente.
El sueño y el insomnio, el territorio de la noche y sus sombras, la fe -ese sentimiento que le invade y trasciende, que le conforma y ayuda a llevar cualquier circunstancia-. Nacimiento y muerte, eternidad y mortalidad… los contrarios y las paradojas se dan la mano.
En la Tercera jornada, un gran diluvio cae sobre las páginas, hasta que llega a cesar: Un pajarillo se aproxima a la salpicadura. Bebe y se baña. Me mira y se va. Fotografía o instantánea sugerente, rozando la poesía. Continuará con el hilo de la tempestad, la necesidad de hundirse en ella para resurgir y renacer.
Su mirada recorre también la infancia: Con el gol, el universo infantil se ilumina de por vida; Quién fuese ingrávido, para poder servir de globo a la manita de esta bebé que con tanta curiosidad ahora me mira.
“Apuntes, 4” supone un alegato a la imaginación, el ser humano es un gran fabulador, viene en nuestra naturaleza: La vida es una fabulación que, a fuerza de imaginarla, acaba deviniendo real; vivir es imaginarse vivo.
En la Quinta jornada, a pesar de todo lo que uno haya vivido, Y de pronto, amanece de nuevo, como en el primer día. Y el tiempo que importa es el presente, si lo logramos: Siempre es ahora, pero nunca por completo. En todo caso, su mirada se dirige a las cumbres.
A semejanza de Voltaire: Si pensase menos, no existiría más; pensar es sentir con el cerebro.
Aparece también el tema de la fotografía, y con ella, la mirada: La visibilidad de las cosas es la que nos hace abrir los ojos. No al revés.
En su jornada séptima se inspira en sus aforismos en el paisaje marítimo: Hacerse el muerto. Sobre el agua, revivir.
En la Octava jornada lo abandona todo, corta sus raíces, para no ir a destino alguno: Una cabaña en medio de la nada. ¿Qué mejor templo? En este trasiego de no querer llegar, de amar el camino, consciente de que ya uno no será el mismo y que morimos y resucitamos continuamente, ¿Cuántos yoes seré en lo sucesivo? En cualquier caso, ninguno como este cadáver.
En cuanto a la felicidad, Feliz el que pide más de lo mismo; y la libertad, Que nadie te espere es la última libertad.
Hay quienes nacen para la errancia como otros para la instalación.
Y para finalizar este juego de palabras: Estoy conforme con esta enorme vida informe. No puedo decir más.
El lector recorre esta travesía, andada en solitario por llanuras y montañas, durante el día y la noche, con ayuda del pensamiento, la imaginación y la fe, sin intención de llegar a ninguna parte ni buscar cosa alguna, pues aquí y ahora está lo eterno, salvo el aprendizaje, tal vez, o el alma de aquello que nos rodea. Los versos de Emily Dickinson con los que se cierra el libro: “El amanecer -Señor- me conminó/ porque Él es el amanecer” explicitan el aliento que recorre estos aforismos y la felicidad sentida en el sendero.
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El aforismo es un género cargado de pasado (su origen se remonta a la Grecia clásica), presente (la nómina de aforistas no deja de crecer) y futuros (los que seamos capaces de imaginarle, y algunos más). Aquí queremos desbrozar el camino para explorar algunos de ellos, en diálogo con otras artes y aceptando que, en pleno siglo XXI, la literatura no solo se escribe y se lee: también se recita, se oye y se ve.
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