De la monotonía, la rutina y otras dolencias






Elena Marqués.- Rosendo Cid. Quédense con el nombre. Aunque es posible que muchos lo conozcan y sea yo la que está encantada de conocerlo. Porque este artista plástico gallego tiene ya una amplia trayectoria. También en el camino de las letras, y en concreto en este del aforismo, ámbito en el que ha publicado 5000 veces pintura (2017) y Los consejos no son un buen sitio para quedarse a vivir (2018), donde combina dos de sus pasiones, el dibujo y el género breve, y cuyo largo y original título parece anunciar este otro dedicado al aburrimiento, lo que ya de por sí me resulta bastante genial. Si el miedo, la felicidad, la desgracia, el dolor, sentimientos y emociones más o menos grandes y dignos, nos parecen temas muy literarios, merecedores de nuestra atención artística, el aburrimiento, que está más presente que todos ellos en nuestras vidas, monótonas y rutinarias por definición, que yo sepa, quitando ese spleen romántico que por el adjetivo que lo acompaña se suele revestir de cierta aureola entre trágica e idealizada, ocupa poca atención entre los escritores. Será porque estos, concentrados en sus tareas creativas, nunca se aburren. Quiero pensar eso, porque a mí, que lo intento (escribir digo), me pasa. Que nunca me aburro.

Creo que enfocar el aburrimiento con el arma del humor, tal como hace Rosendo Cid desde las mismas palabras preliminares de su texto, es una fórmula acertada, no solo para relativizar o burlarse de nuestra innata o adquirida desgana, que de eso también cabría hacer un estudio paralelo, sino para combatirla durante el buen rato que nos ocupe leer este libro.

Por lo pronto, aunque esté publicado en la colección Apeadero de Aforistas, quizás haya que confirmar que no todos los fragmentos que se reúnen aquí son verdaderamente sentencias ni responden a la aspiración de las máximas en sí. Son, como el mismo Cid se encarga de enumerar en las secciones en que divide la obra, reflexiones; clasificaciones o tipologías («Tipos de aburrimiento» se titula la segunda parte, que regala imágenes como «El aburrimiento circular y mudo de las plazas de los pueblos en las tardes escasas y solitarias» o «Los aburrimientos de septiembre, que son preludio o añoranza»); frases y dichos célebres, no necesariamente de carácter filosófico, que resultarían quizás las más cercanas al propósito del aforismo, que culminan con un hipotético listado de títulos, muchos con dejes de libros de autoayuda, que alguien debería escribir: Cómo aburrirse con elegancia, Una aproximación al placer de la monotonía, Frases de ascensor y Aburrimiento por países. Todos ellos los imagino un regalo recurrente en fechas como las que estamos dejando atrás.

No sabría muy bien hablar de este pequeño tratado sin recurrir a múltiples citas. Desde luego es ingenioso, divertido, inteligente, realista, perspicaz. Y esconde reflexiones que no son meros juegos lingüísticos, que también («Por supuesto, el aburrimiento es algo que sucede cuando no sucede nada»), sino que nos revelan verdades acertadas y aceradas, serias y absolutamente reales y realistas. Algunas ahondan en cuestiones generacionales («¿Nos aburrimos igual que nuestros padres?», «El adolescente vive en el temor constante de aburrirse»); otras, algo más allá, suponen una personal crítica, social y sociológica («El aburrimiento no encaja con el capitalismo, de ahí que debamos prestarle más atención»), al modus vivendi actual, al aburrimiento del aburguesado («¿Cómo diablos ha llegado el aburrimiento a mi vida?, se preguntan algunas personas que tienen las necesidades básicas cubiertas»); las menos apuntan a cuestiones más trascendentes («Ir al origen del aburrimiento no nos asegura entenderlo», «¿Puede ser el aburrimiento una enfermedad metafísica?», «¿Es el nihilismo un aburrimiento radical?»).

En cuanto a las fórmulas adoptadas para su elocución, son variadas, y van desde la afirmación tajante con «aspiraciones» científicas («Las matemáticas del aburrimiento tienden al infinito»; «El aburrimiento no se crea ni se destruye, solo se transforma en el mismo aburrimiento»), las dudas concesivas, las interrogaciones retóricas («¿Es el aburrimiento una especie de hibernación del intelecto?»), pasando por esquemas propios del refranero («Quien se aburre adrede no se aburre de verdad») o paráfrasis de frases célebres, como este lampedusiano aforismo (este sí lo considero como tal) «El aburrimiento es ese intervalo de tiempo que sucede para que todo siga igual después de que este ocurra», que anuncian la sección tercera, plagada de referencias filosóficas («Me aburro, luego existo»), literarias («He cruzado océanos de aburrimiento para encontrarte») o incluso fílmicas («Aburrámonos otra vez, Sam»).

Pero paro ya, porque a este paso reproduzco el libro entero y no tendría sentido adquirirlo, que seguramente es lo que el autor prefiere. Por supuesto será consciente de que su ingeniosa colección no se convertirá en un superventas, ni siquiera entre la gente con prisas (aunque ¿eso no lo somos casi todos?), que podría tomar una píldora de estas de vez en cuando; pero es que no es el género del aforismo demasiado popular, y aun con esas prisas del título los lectores se decantan por la novela de largo aliento, donde posiblemente encuentren párrafos eternos de descripciones, reflexiones y tramas secundarias bastante más tediosos. No recuerdo que a tales lectores Rosendo Cid los haya mencionado, aunque quizás estén incluidos en ese «Aburrimiento de muchos…»

 

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