AFORISTAS: De verbis: un titánico gesto en el vacío

Ginés Aniorte
DE VERBIS
Renacimiento
Sevilla, 2024

A pesar de que se ha presentado editorialmente y difundido mediáticamente como un volumen de poemas, De verbis, de Ginés Aniorte, es un libro de aforismos con todas las de la ley. Basta con leer cualquiera de sus páginas para reconocer -en su voluntad de síntesis entre una idea intelectualmente compleja con una dicción literaria rica y matizada- al género más breve en las frases que lo componen (desde la primera: "Haya silencio antes de hablar" hasta la última: "Quien deja su memoria por escrito solo lleva a la tumba sus despojos").

No alcanzamos a entender por qué motivo se ha tratado de eludir la inclusión -incluso por parte del autor del epílogo del libro- de un proyecto como De verbis en el seno del género al que, sin sombra de duda, se adscribe, pero no puede tratarse de razones literarias o intelectuales, sino más bien de prejuicios o escrúpulos sociales o psicológicos.

Tal vez haya quien no estime al aforismo capacitado para acoger propuestas ambiciosas, y por ello no se atreve a decir su nombre. Pues bien, los que así lo creen están equivocados: basta con recordar el eximio antecedente de Friedrich Nietzsche, proseguir con el del Wittgenstein del Tractatus para desembocar en el Cioran de los Cuadernos, para constatar que no se trata, en modo alguno, de un género menor. Todo lo contrario: el aforismo es un instrumento de una potencialidad prácticamente infinita para embarcarse en aventuras filosóficas y literarias de grandes dimensiones. Faltaban voces que lo asumiesen y pusieran hilo a la aguja. Aniorte, en De verbis, ha demostrado que es apto para la tarea: ¿por qué lo oculta o pretende hacer pasar gato aforístico por liebre poética? Lo ignoro.

Pero entremos en materia. Si prescindimos de las prolijas y un tanto abstrusas reflexiones que vierte Dionisio Espejo al final del volumen (cuya pertinencia no despeja las dudas acerca de su necesidad), De verbis es un "tratado" acerca de las palabras: de su importancia, su origen, su funcionalidad, sus usos, sus registros, su calidad intelectual y su dimensión espiritual... Se trata, qué duda cabe, de un volumen extenso, quizá demasiado; prolijo hasta la extenuación; meticuloso, puntilloso, agotador. Hay que tomarse, ya no días, sino semanas, tal vez meses para concluirlo. Así fue escrito y así merece ser leído. Un escritor hercúleo exige un lector a su altura.

Los aforismos de De verbis, admitámoslo, son correctos, estimulantes y certeros, si bien no dicen nada que no haya sido dicho antes (ni falta que nos hace):

Allí donde hay palabras no acaba la vigilia, no hay ceguera posible. (pág. 41)
Una palabra puede desviar un pasado de su órbita. (pág. 57)
Al pronunciar un nombre, se erige una evidencia. (pág. 77)

La confianza, incluso la fe en la capacidad demiúrgica de las palabras, repiqueteada con una pertinacia pluvial, sin embargo no obsta para constatar que una gran sombra las amenace: la del silencio.

Nos devasta el silencio atronador. (pág. 128)
Bajo la piedra yace el silencio insondable. (pág. 135)
La palabra es mortal, no así el silencio. (pág. 136)

Sin embargo, es más fuerte la certeza de que las palabras no son mera ilusión, forja en el vacío, simulacro de realidad, sino apuesta existencial fundamentada en una verdad antropológica:

La palabra es el único milagro al que he asistido. (pág.154)
Sin vosotras no puedo alcanzar mi destino. (pág. 167)
Sin ellas, qué sabría yo del mundo. (pág. 170)

La letanía gratulatoria puede llevar a resultar fatigosa, por falta de ulterior desarrollo:

Con vosotras persigo todo aquello que el hado jamás ha de brindarme. (pág. 180)
Un río de palabras fertiliza mis días. (pág. 191)
El solo hecho de nombrar me ennoblece. (pág. 209)

Vivir por ellas o morir en ellas. (pág. 238)

A estas alturas, ya hemos comprendido que no se trata tanto de desplegar un argumentario orgánico, una exposición convencional de postulados según una jerarquía clásica, sino de una acumulación abrumadora de pinceladas en torno a un único núcleo irradiador, a un volcán en erupción permanente.

Personalmente, no recuerdo haber leído jamás una obra de una ambición semejante. No me repugna en absoluto el propósito que la pone en marcha, ni desestimo las piezas que la constituyen, aunque entiendo que, para algunos paladares, resulte prácticamente "ilegible" (en expresión de un crítico amigo mío).

En cualquier caso, encomio el mero hecho de que se haya escrito, y también editado, pues intuyo que no se trata de un libro que vaya a cosechar muchos lectores, ni mucho menos grandes ventas. Tal vez haya de quedar como un titánico gesto en el vacío circundante, donde se opta por formatos menos ambiciosos, más cómodos para la lectura displicente y la fácil digestión. Aun con todo, bienvenidas las bellas gestas literarias, aunque estén condenadas a ser recibidas con la más estrepitosa indiferencia.

José Luis Trullo