Sobre el concepto de aforismo filosófico
Como nos tiene acostumbrados, el aforismo no nos pone fácil casi nada. Su huidiza definición, sus borrosas fronteras, su exigente creación… El carácter filosófico del aforismo, aunque quizás no lo parezca a primera vista, también contribuye a la compleja naturaleza del género, generando múltiples ambigüedades, entre ellas el sentido mismo de lo que ha de entenderse por “aforismo filosófico”. Sin dilucidarlo no es posible abordar su relevancia en el actual panorama español del género. Valgan estas páginas como anticipo de una exposición más detallada que presentaré en breve.
Comenzaré por señalar lo que no es un aforismo filosófico, cuestiones que en numerosas ocasiones conduce a equívocos.
En primer lugar, el aforismo filosófico no se identifica con el cultivo del género por parte de los filósofos profesionales, como tampoco es la poesía privativa de los profesores de literatura.
Los aforismos filosóficos son muy numerosos, pero lo son a pesar de que los grandes nombres de la historia de la filosofía no los han cultivado profusamente ni han alcanzado tampoco gran prestigio como género. No han faltado, por supuesto, importantes cultivadores: Heráclito, Epicuro, los estoicos, Schopenhauer o Nietzsche, entre otros. Si lo comparamos con el ensayo o el tratado sistemático, han estado siempre en minoría y sin verdadero reconocimiento hasta la época contemporánea.
El aforismo se cultivó en los márgenes del cauce filosófico dominante. En la antigüedad helena, por ejemplo, las Máximas de Epicuro permanecieron sepultadas bajo el peso de las imponentes arquitecturas filosóficas de Platón y Aristóteles; el valiosísimo legado del Oráculo manual de Baltasar Gracián (que llevó a Schopenhauer a aprender español para leerlo en versión original) se vio oscurecido por el enorme eco del sistema racionalista cartesiano; lo mismo puede decirse de las Máximas de La Rochefoucauld o Chamfort; y qué decir del torrente de singular lucidez de los Cuadernos de Lichtenberg frente al colosal impacto de la obra kantiana en el XVIII…
En la actualidad la situación ha cambiado, se ha atenuado su descrédito por muy diversos motivos: el peso de la obra de Nietzsche, que no tuvo remilgos en defender y utilizar el aforismo como un auténtico instrumento filosófico; el cambio de paradigma que ha propiciado un desmontaje de la razón y sus caracteres fuertes de objetividad, totalidad, coherencia,… (un desmontaje en el que también Nietzsche ha tenido mucho que ver); como consecuencia de lo anterior, el progresivo, pero contundente desprecio de los grandes relatos (históricos, metafísico, político-sociales,…); el progresivo desarrollo de una filosofía de la subjetividad que ha situado al individuo concreto de carne y hueso como protagonista de la reflexión filosófica (como luego hablaremos es este uno de los pilares del nuevo aforismo contemporáneo); la apertura filosófico-literaria a todos los géneros (y sus borrosas fronteras) auspiciado por las vanguardias y el movimiento posmoderno; y, en un lugar preeminente, la asimilación lírica del aforismo entre los poetas como una forma de expresión hermanada con la poesía, (cuestión a la que más adelante dedicaré una reflexión más detenida).
En España, el cultivo del aforismo intramuros de la filosofía tuvo un punto de inflexión en 1971, año de la publicación de La dispersión, de Eugenio Trías. Él fue quizá el primer filósofo contemporáneo que se tomó en serio el aforismo, dándole además un renovado sentido como instrumento de des-fundamentación. Los aforismos de La dispersión, de profunda influencia nietzscheana, reflejan su convicción de que el género aforístico posibilita una renovación de las anquilosadas formas académicas. La dispersión, cabe decir, esparce las esquirlas de lo absoluto para abrazar lo fragmentario, nos instala en el límite entre lo finito y lo infinito, en ese lugar donde la conciencia humana se percibe como anclada terrenalmente pero trascendente a la vez. El ser humano, al fin y al cabo, es un ser fronterizo. El aforismo era para Trías idóneo para este pensar del límite: “Aforismo: pensar, decir y escribir en la paradoja y el misterio del límite de lenguaje y mundo”
Trías percibía el aforismo como un revulsivo frente al pensamiento sustancialista, que concibe una realidad formada por estructuras estáticas separadas de nuestras percepciones. El aforismo es una forma idónea para captar el dinamismo de lo real, (“El pensamiento tiene que ser duro de cabeza y ligero de pies”, escribió Trías) o dicho en términos nietzscheanos: como una forma de dejarse impregnar por la inocencia del devenir.
A pesar, sin embargo, de que los vientos soplan hoy a favor del aforismo, este sigue siendo minoritario entre los profesionales de la filosofía española contemporánea, lo contrario que entre los poetas, (una cuestión que tiene diversas y relevantes causas a las que luego haré referencia). Además de Eugenio Trías, son relevantes cultivadores como Andrés Ortiz-Osés, Ignacio Gómez de Liaño, Enrique Tierno Galván, Rafael Argullol, Miguel Catalán, Ángel Gabilondo, Emilio López Medina o Joan Carles Melich, entre otros. Cultivadores, hemos de decirlo, que en algunos casos son reacios a su identificación con el término aforismo, algo, por lo demás, relativamente frecuente en la historia del género, por su asociación con el tradicional perfil universalizador y legislador. Argullol despliega una “escritura transversal” que, sin prejuicios, quiebra el corsé de los géneros. En ella, el aforismo tiene un papel fundamental:
“Naturalmente, el aforismo es un tipo de expresión que se adecúa a la transversalidad literaria. Es, al mismo tiempo, poesía y pensamiento, narración e idea. Aparentemente hermético y enclaustrado en sí mismo, es, simultáneamente, escritura abierta, de paso, que teje un tejido siempre inacabado. El escritor de aforismos va dejando señales en su camino, insinuando el rumbo, pero velando la meta. Sus verdades son provisionales porque sabiamente renuncia a apropiarse de la verdad”
Volviendo a lo que no es un aforismo filosófico, en segundo lugar, tampoco es, sin más, cualquier frase breve filosóficamente relevante. Se requiere de un plus que integra una serie de cualidades que elevan al aforismo por encima de un simple enunciado. En ellas reside la esencia del aforismo. No vamos a entrar aquí en ellas, pero, sin duda, debe integrar más allá de la brevedad, entre otras, el ingenio y la agudeza, así como la autonomía textual.
Podríamos poner como ejemplo innumerables frases de las grandes obras de la historia de la filosofía, baste una como muestra. Escribe Kant en la Crítica de la razón pura: “Entiendo por doctrina trascendental del método la determinación de las condiciones formales de un sistema completo de la razón pura”. Ni la brevedad ni la posible veracidad del aserto bastan para adquirir la condición de aforismo. Un aforismo es una cala en la realidad, una sonda que abre una trocha por la que asomarse a una perspectiva sugerente, sorprendente, tal vez provocadora. Es sutil, pues, su naturaleza filosófica porque va más allá de la consecución de una verdad. Indudablemente la verdad no le es ajena al aforismo filosófico, ¿cómo podría serlo?, pero no basta, necesita de ese plus del que antes hablábamos, pues de lo contrario, cualquier frase filosófica sería un aforismo. Sobre esta cuestión del papel de la verdad en el aforismo filosófico hablaremos más adelante.
Una tercera clarificación sobre la naturaleza del aforismo filosófico requiere deslindarlo de lo que denomino “filosofía de un aforismo”. Mientras que esta última cuestión se refiere a la filosofía de fondo que todo aforismo alberga, un aforismo filosófico es, como enseguida veremos, una determinada forma en que modulan su mensaje algunos aforismos.La filosofía de fondo de un aforismo se plantea, a su vez, en dos sentidos: nos remite, por un lado, a la filosofía que subyace a una expresión aforística determinada; y, por otro lado, a la naturaleza misma del aforismo y la forma de pensar que la sustenta.
En el primer sentido descubrimos que es posible rastrear en todo aforismo, aun en los que su temática está nominalmente alejada de cuestiones de filosofía, una determinada idea u orientación filosófica. Por ejemplo, si tomamos un aforismo jurídico como el siguiente: “Ignorantia facti, non iuris excusatur”. (“Se excusa la ignorancia del hecho, mas no la del derecho”), es obvio que no se trata de un aforismo filosófico, su materia es otra, sin embargo, su formulación presupone una filosofía jurídica, entre otras cosas como una moral o un determinado concepto de ignorancia.
En el segundo sentido hablamos de la filosofía que sustenta la forma reflexiva y expresiva del aforismo: una filosofía de la fragmentariedad, del ingenio y la agudeza, del apunte mental, de la ruptura de la cadena infinita de argumentaciones… La fragmentariedad es doble, por una parte, respecto a la naturaleza del objeto en tanto el aforismo es una especie de apunte impresionista de la realidad, de la que no se pretende una descripción exhaustiva sino iluminadora de un aspecto; y, por otra parte, es fragmentario respecto al acto mismo de conocimiento, al surgir de un fogonazo aislado de la mente, escindido de un posible decurso argumentativo.
Respecto al fondo filosófico del aforismo hay que hacer una última consideración. El aforismo, como género, contiene en su esencia misma un componente filosófico. De la sola expresividad, vacía de contenido filosófico, por muy bella y breve que pueda ser, no resultará un aforismo. Todo auténtico aforismo ha de tener, por el hecho de serlo, alguna forma de hondura, un cierto calado filosófico más o menos explícito, que emana del asombro, la admiración, el desconcierto y la perplejidad ante la vida. Esta naturaleza filosófica de fondo de todo aforismo no ha pasado desapercibida en importantes diccionarios de la lengua. Covarrubias, por ejemplo, capta en su definición su sentido filosófico al caracterizarlo como “explicación suelta de las cosas”, subrayando con ello la naturaleza epistemológica del aforismo antes mencionada en la que se desliga una reflexión del largo recorrido de la argumentación.
Estas consideraciones sobre el fondo filosófico de un aforismo, en todo caso, a pesar de su relevancia para la comprensión de la naturaleza del mismo, no resuelven la cuestión que ahora nos ocupa de determinar que ha de entenderse por aforismo filosófico. Filosofía de un aforismo y aforismo filosófico son, como dijimos, cosas diferentes.
Por último, hay un cuarto error que ha de evitarse al hablar de aforismo filosófico. Con cierta frecuencia se ha dividido el aforismo en dos grandes grupos: metafórico y metafísico, conceptual y metafórico, o poético y filosófico. Confieso que soy reacio a esta clasificación si no va acompañada de las necesarias matizaciones.
Por una parte, sería un error considerar que ambas categorías son algo así como subgéneros del aforismo, como el cuento y la novela en el género narrativo. La realidad es que estas clasificaciones no funcionan en el aforismo como compartimentos estancos, porque son enfoques muchísimas veces entreverados. Antes que hablar de dos subgéneros del aforismo debemos considerarlos dos modalidades o tonalidades de una misma figura literaria.
Dos modalidades de aforismo
Por las razones antes mencionadas, conviene acuñar para las dos grandes modalidades del aforismo moderno una nueva forma de referirnos a ellas que recoja con mayor justeza la naturaleza real de amboa mosoa en la actualidad. Me referiré a ellas con los términos declarativo y poético.
El aforismo declarativo es aquel en el que se expone una idea mediante una oración enunciativa para aportar información verdadera o adecuada a una determinada actividad. La verdad que se pretende trasmitir suele aludir a tres cuestiones fundamentales: al conocimiento (referido a hechos o a la coherencia entre determinadas ideas); a la orientación normativa de la acción humana; o, finalmente, a una pauta metodología en un arte o una ciencia. Esta última consideración aparece, con evidente restricción y anacronismo, en la definición de aforismo del diccionario de la RAE (Máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte).
El formato declarativo ha servido a todo tipo saberes, aunque históricamente los más relevantes fueron los aforismos jurídicos (“In dubio pro reo”, “Ante la duda, a favor del reo”); los religiosos (“Con el orgullo viene el oprobio; con la humildad, la sabiduría); los científicos (“Caminar es la mejor medicina para un hombre”, Hipócrates); o los artísticos (“La pintura es poesía muda, la poesía pintura ciega”, Leonardo da Vinci),… y, obviamente, los filosóficos, de los que enseguida hablaremos, que constituyen hoy el grupo más numeroso de los aforismos declarativos.
Los pájaros son pensamientos perfectos. (Carlos Edmundo de Ory)
En el trueque de frases los sentimientos son puentes de luz entre dos oscuridades. (José Luis Morante)
En el corazón, florecen laberintos. (Fernando Menéndez)
Hay que andar con pies de plomo si se quiere cazar los pensamientos al vuelo. (Manuel Neila)
Estas dos formas aforísticas, declarativa o poética, se perciben también si analizamos la agudeza, uno de los rasgos fundamentales del aforismo. En el aforismo filosófico-declarativo el ingenio constituye un instrumento al servicio del entendimiento con el que se plantean con lucidez y agudeza cuestiones de calado filosófico. En el aforismo poético, sin embargo, el ingenio se vuelca en el propio lenguaje para explorar conexiones lingüísticas originales y estéticamente bellas.
Este dualismo declarativo versus poético, en el que todo encaja tan bien en términos teóricos, resulta en la práctica, como venimos diciendo, menos nítido. Lo que hallamos en términos reales en la aforística actual, es un abanico de múltiples grados entre la sensibilidad filosófica y la poética. La dosis de ambos elementos, el desplazamiento del centro de gravedad hacia uno u otro foco, determina el tono o la modulación del aforismo, aunque son innumerables en los que es prácticamente indiscernible de qué lado de la balanza se inclina el fiel, como enseguida veremos.
Sólo la muerte revela la verdad. Por eso la verdad es misteriosa. (José Luis Gallero)No existe el infinito, el infinito es la sorpresa de los límites. (Chantal Maillard)El telón de la vida se levanta con la primera derrota. (Dionisia García)El tiempo converge con la verdad, pero lo hace siempre tarde. (Luis Felipe Comendador)
El pensamiento es una araña enredada en su tela. Sólo la embriaguez del genio la desenreda, y construye una red más vasta… (E. Trías)
El hombre sólo puede sobrevivir en los aledaños de la felicidad: en su centro volcánico se abrasa. (A. Ortiz-Osés)
Tiembla por el estruendo del trueno quien no vio el fulgor del rayo. (Miguel Catalán)
La dicotomía que algunos establecen entre la voluntad de verdad y la voluntad de estilo, como fundamento de las dos modalidades de aforismos también se rompe en mil pedazos en cuanto se desciende a lo concreto. El aforismo, en todas sus formas, es una creación muy exigente que requiere tanto de exquisita atención a la forma como a la hondura del contenido. Forma y fondo se hallan siempre íntimamente relacionados. El interés por la gracia y la agudeza, la precisión lingüística, el recurso a la ironía, y, en general, la pretensión de brillantez, tienen en sí mismos un innegable valor estilístico que incumbe a todo aforismo, sea del tipo que sea. Por todo ello, más que recurrir al reduccionismo de una voluntad de estilo frente a una voluntad de verdad, deberíamos hablar de dos intereses en mutua complicación, que admiten, eso sí, graduaciones y prevalencias. Con esta consideración me alejo de Umberto, (Wilde. Paradoja y aforismo) para quien “el aforismo metafórico actual ha abandonado la pretensión de verdad en favor del estilo”. Aforismos, nos dice, que con tal de ganar en gracia y agudeza olvidan que su contrario es igualmente verdadero, (“puro juego de ingenio indiferente a la verdad”, afirma Eco). Tal sería el caso de los aforismos cancroides wildeanos, que funcionan igual si invertimos sus términos: “La vida es algo demasiado importante como para hablar de ella en serio”. (Oscar Wilde). Su inverso, escribe Eco, también es verdadero: “La vida es algo demasiado poco importante como para hablar de ella en broma”.
La verdad en el aforismo filosófico
Podemos discutir si un aforismo filosófico debe ser verdadero o basta tan sólo que sea certero, como decía José Bergamín. “No importa -escribía- si un aforismo es cierto o incierto. Lo que importa es que sea certero”. No niega con ello Bergamín el interés por la verdad, lo que está poniendo sobre la mesa es esa cualidad intangible que dota al aforismo de gracia y agudeza frente a una frase que pueda ser verdadera pero carece de aquella.
José Ferrater Mora opone en su diccionario el aforismo literario (haciendo mención a Bergamín) frente al filosófico, y defiende que este último tiene necesariamente que tener una pretensión de verdad, el literario puede limitarse a ser certero. Aquí late la oposición entre el aforismo que, en su opinión, se constituye fundamentalmente con ideas y el que lo hace con palabras. Y añade: “cuando hay conflicto entre el uso de una idea y el de una palabra o un conjunto de palabras, hay que decidirse por el último”. El siguiente aforismo bergaminiano se explicaría por esta relevancia de las palabras en el aforismo literario: “Ni una palabra más: aforismo perfecto”. Esta división me parece a todas luces reduccionista, pues no hace justicia a la riqueza de numerosos aforismos en los que la verdad y la belleza juegan a la par, o, dicho de otro modo, donde el valor filosófico y el literario están intrínsecamente unidos, como luego veremos.
Con frecuencia se afirma que el aforismo moderno ha liquidado la pretensión de verdad con su giro subjetivista (tal era la idea de Eco). Pero tal cosa no ha sucedido, a menos que tengamos en nuestra mente tan sólo un concepto cientificista de verdad. El aforismo filosófico sigue albergando una pretensión de verdad (aunque pueda, lamentablemente no alcanzarla), pero no es la verdad objetiva de la ciencia. Antes que a describir con exactitud, el aforismo aspira a esbozar con lucidez. Es una verdad, para decirlo con Heidegger, como alétheia, como desvelamiento, un sacar a la luz o abrir el horizonte de sentido del ser. Pero esto presupone una renovación nuestra manera de mirar las cosas. Lichtenberg lo expresó con extraordinaria lucidez mediante una metáfora: “Nuevas miradas por antiguos agujeros”. Esos antiguos agujeros son las grandes inquietudes e interrogantes del ser humano a lo largo de toda su historia, por eso muchas de las verdades aforísticas son verdades fundamentales sobre nuestro tránsito mundano, hay algo en el ejercicio aforístico de pulsión espiritual universal. Por ello, no se trata tanto de originalidad en las cuestiones como de la forma de plantearlas. En el aforismo, como en la poesía, una coma es otro mundo. Cioran escribió: “El valor de la forma es fundamental. No importa que algo esté dicho, como esté dicho lo cambia todo. Sueño con un mundo en que se muriera por una coma”.
Por ello, lo que nos cautiva del aforismo no es la verdad descriptiva, eso lo hace mejor la ciencia, sino la verdad de la experiencia mundana trasmitida con gracia y agudeza. Cuando un aforismo es genuino alberga una verdad precisamente porque se erige como una forma de conocimiento. Un conocimiento, eso sí, modesto porque pone en juego nuestra subjetiva experiencia mundana, más allá, (o, tal vez, más acá), de artificios epistemológicos.
No hay virtud que la pobreza no pervierta. (Nicolás de Chamfort)
¿Qué es la vida humana? El primer tercio una diversión, el resto recordarlo. (Mark Twain)
Su capacidad para movernos o conmovernos, su provocadora interpelación a la reflexión, el valor de la experiencia vital que descubrimos en ellos son algunos de los motivos que pueden hacernos considerarlos certeros a pesar incluso de no considerarlos verdaderos en el sentido adecuacionista del término. Aquel famoso aforismo de Chamfort que Schopenhauer colocó en el pórtico de sus Aforismos sobre la sabiduría de la vida: “La felicidad no es cosa fácil; es muy difícil encontrarla en nosotros e imposible hallarla en otra parte”, no creo que pueda aceptarse como universalmente verdadero. Su veracidad, en la que creo, se sustenta en una determinada apreciación de la experiencia vital y no tanto en una descripción empírica.
El aforismo moderno se alimenta de la quiebra de la concepción tradicional de la verdad, fundada en el desengaño del anhelo de totalidad, en la sequedad de la lógica, frente a la defensa de una verdad multiplicadora de su potencial sobrepasando su humilde presencia. Karl Kraus, otro de los referentes del género en España, expresa esta idea con una sentencia reveladora: “El aforismo nunca coincide con la verdad; o es una media verdad, o es una y media”. Esta sentencia contiene un rasgo fundamental para comprender el aforismo, y en concreto el modelo gnoseológico que lo sustenta: en el aforismo hay que contar tanto con lo que dice como con lo que calla e implica. La ironía, el sobreentendido, la calculada ambigüedad, la paradoja, …, que en el aforismo son moneda corriente, se encargan de aportar, para decirlo con Kraus, esa otra media verdad adicional.
Modalidades de aforismo filosófico y su relevancia en la aforística española actual
Podemos definir el aforismo filosófico como una modalidad de aforismo en la que se exponen ideas inmanentes o trascendentes al hombre y el mundo con agudeza, concisión y autonomía textual.
Desde el punto de vista formal existen tres tipos de aforismos filosóficos:
A. El aforismo filosófico-declarativo, que es aquel en el que se expresan ideas filosóficas de manera concisa con una pretensión de verdad. Este aforismo filosófico podemos calificarlo de básico o puro, (en el sentido de no compuesto).
B. El aforismo filosófico-poético, que es aquel en el que se expresan ideas sobre cuestiones filosóficas acudiendo a recursos líricos. Se trata, pues, de un aforismo mixto en el que, cabe decir, se filosofa poéticamente, para decirlo con Harald Fricke. (1990, Kann man poesticsh philosophieren?). Aunque también es susceptible de verdad o falsedad, el elemento identificador es la voluntad de estilo.
C. El aforismo filosófico-expresivo, en el que el autor manifesta sus sentimientos, estimaciones, dudas, interrogantes, o nos exhorta a algo… Este tipo de aforismo, aunque no puede ser declarativo, es compatible con el empleo de recursos líricos.
En lo formal existe una notable diferencia entre los dos primeros (los fundamentales), que se resume, como hemos dicho, en la relevancia de los recursos estilísticos: instrumentales en el declarativo, intrínseco en el poético. Andrés Sánchez Pascual ha escrito en su introducción a los aforismos de Nietzsche (Edhasa, 1997) que los aforismos filosóficos “no son el resultado de esfuerzos esteticistas, sino del trabajo del pensamiento”.
En lo relativo al contenido, los tres tipos de aforismos filosóficos en nada se diferencian, todos tienen en común abordar los grandes temas de nuestra tradición filosófica: la realidad, el alma, dios, la libertad, el conocimiento, la duda, el bien y el mal, la belleza, …
En el aforismo filosófico declarativo rigen las siguientes características: primacía de la idea sobre la forma; voluntad de exposición clara y rotunda de una idea; y texto susceptible de ser valorado en términos de verdad o falsedad; ... En términos puristas, le son secundarias las metáforas y demás recursos líricos. Ferrater Mora, que distingue entre aforismos literarios y filosóficos, demanda para estos últimos, como rasgo esencial, una inequívoca pretensión de verdad.
Este tipo de aforismo que fue paradigmático en la aforística clásica, sigue hoy muy presente en la actualidad, aunque el carácter universalista y edificante de aquella ha dejado paso a una actitud más modesta y más irónica. Recordemos que la historia del aforismo ha virado desde una evidente predominancia de la funcionalidad instructiva y la transmisión de conocimiento objetivo de verdades universales, hacia una progresiva subjetividad.
¡Atreveos de una vez a pensar a la deriva, desprovistos de alforja y salvavidas! (E. Trías)
Sueño con un mundo en que se muriera por una coma (E. Cioran)
Todo verdadero pensamiento es siempre pensamiento de un imposible. (Eugenio Trías)Los sueños que no se hacen realidad tienden a convertirse en pesadilla. (Miguel Catalán)Si el filósofo es aquel que se asombra de la realidad, entonces el buen filósofo sería aquel que se espanta ante ella. (Emilio López Medina)Por sus dioses conoceréis a los hombres. (Andrés Ortiz-Oses)
No podemos prescindir de la inmortalidad. Es la mejor droga contra el cansancio. (Rafael Argullol)
El hombre es por natura la bestia paradójica, un animal absurdo que necesita lógica.(Antonio Machado)
Todo hombre puede oír su abismo interior. La consciencia es un espacio. (Juan Eduardo Cirlot)
La materia afirma el espíritu y lo prueba; es su única prueba. (José Bergamín)
Me duele que la eternidad forme parte de nuestros materiales de construcción. (Antidio Cabal)
Aunque no lo parezca, todo es novedad en la cotidianidad. (Ricardo Virtanen)
La muerte no importa, importan las muertes (León Molina)
El segundo tipo de aforismo filosófico es el poético-filosófico. Lo hemos definido como un aforismo mixto en el que se expresan ideas filosóficas acudiendo a una expresividad lírica. Se mueve, pues, en un terreno híbrido que admite gradaciones hacia uno u otro polo. En la realidad resulta imposible determinar qué pesa más si lo filosófico o lo poético. Pensemos, por ejemplo, en la aforística de Antonio Porchia, en la que su sensibilidad poética corre paralela a su sentido metafísico, y no es posible deslindar una de otra ni inclinar la balanza hacia uno u otro lado.
Este tipo de aforismo híbrido predomina en el panorama aforístico español actual, y no es casual. Los motivos son diversos, apuntaré algunos que considero fundamentales.
En primer lugar, debemos mencionar la influencia de la poesía española de las generaciones de la primera mitad del siglo pasado, poetas con gran sensibilidad filosófica y que en bastantes casos fueron también aforistas, como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Max Aub o José Bergamín.
En segundo lugar, la asimilación de las ideas de María Zambrano sobre la profunda relación entre filosofía y poesía, ideas que hoy han alcanzado una gran relevancia en nuestro país. Para la filósofa malagueña, poesía y filosofía, han representado dos formas tradicionalmente opuestas de aprehender el mundo, pero que si se mira con detenimiento están profundamente unidas. Esta unión, que ella denominó razón poética, no es sino una forma no instrumental de racionalidad.
En tercer y último elemento que quiero resaltar para entender el tono poético-filosófico del aforismo actual en España es el cambio de paradigma filosófico y cultural en general que se ha ido consolidando desde las últimas décadas del pasado siglo. Hubiera sido difícil que la poesía y filosofía se hermanasen en el aforismo actual si ésta permaneciera aún en el cauce de los grandes sistemas y sus pretensiones de objetividad y universalidad. La filosofía actual es heredera de una profunda desconfianza hacia esos planteamientos. Nietzsche plantó la semilla de la des-fundamentación de la razón, a él le siguieron otros movimientos renovadores como el existencialismo, la hermenéutica o la corriente posmoderna, que, desde distintas perspectivas, socavaron la concepción objetivista y metodológica de la verdad.La hermenéutica ha legado al nuevo aforismo dos cuestiones fundamentales: por una parte, la idea de que comprender no es tanto argumentar como otorgar sentido a la realidad, lo que puede hacerse desde un lenguaje conciso. El aforismo se sustenta en una racionalidad sintética frente al despliegue analítico-explicativo. Y, por otro lado, la toma de conciencia de que el lector interviene activamente en el sentido de un texto, una complicidad que, en el aforismo, como sabemos, es esencial.
El movimiento posmoderno, directamente emparentado con Nietzsche, ha forjado su identidad en el desmontaje de la razón y sus grandes relatos (histórico, metafísico, político-social…), lo que desembocó en un “pensamiento débil”, en una filosofía minimalista que desdeña los caracteres fuertes de objetividad, deducción, totalidad, coherencia... Las influencias de este movimiento en la nueva aforística son enormes, como ha estudiado Demetrio Fernández en La lógica del fósforo. El aforismo actual ha asimilado los valores epistemológicos de este cambio de paradigma, que, aunque ya conocidos desde antiguo, se han potenciado intensamente: la relatividad, el escepticismo, lo fragmentario, la paradoja, la ironía, el ingenio o lo lúdico; junto a ellos, valores ontológicos como el dinamismo de lo real, su caducidad, o la relevancia de lo sensorial y corporal... A ello le ha acompañado una sensibilidad de intensa estetización, de crítica al progreso, una tendencia a la ruptura de fronteras culturales y la mixtura de géneros… todo ello ha empujado al aforismo filosófico más allá de la pura enunciación declarativa.ACCEDE A LA EDICIÓN
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